martes, 4 de enero de 2011

El dia que murió la fe.



¿Como les diré?. Fue un gran día. Desde niño siempre fui muy espiritual, tanto que casi fui cura. Gracias al hermano Marista que no me dejó entrar al noviciado estoy aquí, casado y con hijos. Siempre le dedicaba unos minutos al día, antes de acostarme, a meditar sobre temas trascendentes y de profundidad. La guerra de Vietnam, el origen y tamaño del universo, la última vocación humana, el fin de la pobreza, que es Dios, la compatibilidad de la evolución de las especies con el plan divino y cosas de esas. Pero el tema que siempre me ha obsesionado es el de la naturaleza de la verdad y su descubrimiento. “El conocimiento explicativo de lo real, alcanzado por la luz natural de la inteligencia” decía un maestro de Lógica, refiriéndose a la definición de Filosofía, escrita en su propio libro. Lo real: eso es un gran problema, ¿que es real?. Explicativo, es decir, que la describa. Siempre pensé que la explicación de la realidad debería ser, no solo simple y creíble, sino “real”, es decir, “verdadera”. Siempre me parecieron un sinónimo verdad y realidad. La realidad solo puede ser verdadera, y la verdad real. No hay lugar para ingeniosas explicaciones que no sean reflejo real de la realidad. ¿Como comprobar que la realidad y su explicación son reales?.

Un día de luna llena (siempre pensé que algo tuvo que ver), en esos tiempos para meditar, llegué a la certeza de que Dios no existe. Al arribar a tan asombrosa conclusión sentí una gran alegría: tantos años y al final tenia la mejor explicación que jamás había concluido sobre la realidad. Era simple, clara, completamente comprobable en los hechos, es decir, real. La realidad tal y como la percibo queda perfectamente explicada sin un “Dios”, no había que hacer más cambios a la realidad para que se pudiera explicar a Dios. Sin embargo, no me resulto agradable. Sentí una soledad avasalladora desde ese primer momento. No hay propósito “real” para el universo. El bien y el mal son percepciones humanas basadas en intereses individuales y de grupo. Lo humano es como es, sin juicio final. Incluso la libertad, antes el tesoro más precioso recibido de la divinidad en forma de libre albedrío, hoy no tenía ningún sentido metafísico. ¿Libertad de que?. Mi hallazgo fue devastador. Quedaba claramente explicado el porque de las penas y alegrías humanas, ahora sí el mundo me hacia sentido, estaba “explicado”.

Ni que decir que sin creer en Dios muchas otras cosas se derrumbaron. La iglesia, el clero, la evangelización, la Santísima Trinidad, San Ignacio de Loyola y los Tres Reyes Magos. Incluso el respeto deportivo que le tenía a otras religiones se desvaneció. Los Diez Mandamientos eran el primer contrato colectivo de trabajo, sin ninguna intervención divina. Los sacramentos desposeídos de toda sacralidad eran meros ritos antropológicos. La mayor perdida, fue sin duda, la vida después de la muerte. El infierno valía la pena si existiera el Cielo. Bueno, claro, me parecía verdadero y real que “ellos” siguieran “creyendo”. Mi explicación permitía, además, que “ellos” fueran reales y explicables, y hasta aceptables. La fe es una forma inferior de conocimiento, y hasta eso, juega un rol real, explicable y hasta útil en la realidad. Había encontrado, pues, la gran alegría de saber la verdad, pero el caro precio de que no todos la querían saber y, mucho peor, me dejaba en un mundo Taleónico, regido por a sobrevivencia del más fuerte, no del mejor intencionado.

Durante mucho tiempo, he de decir, el costo fue mucho menor que los beneficios. Ya iba yo por el mundo con la certeza de la posesión de la verdad. Mi vida profesional se veía empujada por el racionalismo. Todo tiene explicación, y claro, Dios no existe.

Todo iba a fenomenal hasta que un día (no se que hacia un agnóstico leyendo al Dalai Lama) me enteré del efecto de la intención en la realidad. Al principio me pareció otra trastada de la fe. ¿Cómo la “intención” podía hacer que exactamente el mismo hecho tuviera diferentes consecuencias?. Era, fundamentalmente, absurdo. Pero claro, en una noche de luna llena entendí la verdad. La verdad no se puede poseer, pues al ser real esta fuera de nosotros. Y dos, la intención tiene un efecto claro, definido y cambia las consecuencias de una acto en la perspectiva del que lo hace, y no del que recibe. La intención es el único punto real de contacto que tenemos con la realidad.

Sigo sin creer en Dios, pero cuido mis intenciones. (ya no leo al Dalai)