lunes, 10 de diciembre de 2012

Empujar.




Siento que la erección es plena. La sangre agolpada no puede circular más por el pene, ya no hay espacio. La rigidez es absoluta, casi dolorosa, causándome un placer muy intenso. Al tocar el exterior de la vagina con la punta siento una humedad cálida que casi me hace eyacular. El pelo rizado y abundante que la cubre apenas me permite verla, rojiza, abriéndose.  Al empujar despacio, pero con fuerza, noto que me penetro. La vagina es mía, se encuentra en la ingle izquierda, al lado de los testículos. El pene sigue firme hacia adelante, sin doblarse, pero por alguna razón física inexplicable regresa y me penetra. El placer es inmenso y largísimo, quedaré embarazado.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Ahí esta el detalle …


Desde el cubículo en el que estoy, en la sala de urgencias, no puedo ver nada que no sea la cortinilla azul que me separa de los demás pacientes. Hecha casi de papel más que de tela y que cuelga desde lo alto, sólo cubre hasta unos dos metros de alto, dejando descubiertos los tres y más metros que hay hasta el techo. Supongo que será para que no veamos más miserias que las propias, pues los sonidos de todos los demás pacientes se cuelan a su antojo. Dentro del mío además del monitor que va marcando mis latidos con un pitido suave pero incisivo se escucha un ronronear  muy ligero del dosificador del suero. Superpuestos a mi monitor oigo tantos otros pitidos latiendo a ritmos diferentes que no puedo decir cuantos pacientes más están por ahí. Algunos de ellos se van alcanzando unos a otros y crean una atmósfera siniestra de angustia. ¿Cuándo vendrá el pitido continuado de un paro o la alarma de una arritmia asistólica? Escucho la voz muy agitada de una mujer:
 - Tiene diabetes, le dieron dos infartos y se hace hemodiálisis cada cuatro días. Anoche se sentía mal, le dolía la cabeza. No habla desde las nueve de la mañana. Ha estado moviendo los ojos y retorciéndose así, como la ve ahora.
“Desde las nueve”, que barbaridad, si son ya las tres de la tarde. Y que retahíla de padecimientos, que mal se oye esto.
 - Señora, ¿me escucha?- pregunta el médico de guardia casi con un grito.
- ¡Hugh!, ¡ah!, - la pobre solo gime, casi muge.
- ¡No habla doctor, ya le digo, desde la mañana!
- ¡Tómeme la mano y apriétemela, señora!
- ¡Mmmmmmm! ¡mmmmmmmmm! ¡puffff! – resuena la señora.
- ¡Ingrésenla al cubículo dos! ¡Canalícenla! ¡Glucosa al seis por ciento!- grita el médico en medio de un silencio roto por todas las máquinas emitiendo pitidos cardiacos, inamovibles ante la grave situación.
- Doctor, ella toma esta medicina, nitroglicerina, cada veinticuatro horas y ya le estaría tocando ahora. Se la receto su doctora de Mexico. ¿Sería conveniente que se la tomara?- dice una voz suave de hombre, que por su tono pienso será, quizá, su yerno.
- Da igual señor, esta inconsciente por la falta de glucosa. ¿cuándo fue la última hemodiálisis?
- Ayer doctor. También se inyecta insulina
- ¡Que barbaridad, eso la va a matar! Un paciente con insuficiencia cardíaca y renal no puede usar insulina. Y la nitroglicerina no sirve para nada. ¿Quién es la doctora esa que me dice?
Que duro que hablen así frente a ella. Pero, claro, esta inconsciente. La voz del hombre suena con cierta distancia emocional, como si no lamentara la situación tan apremiante de la pobre señora, que me imagino muy mayor pero regordeta. El hombre se deshace en justificaciones, que si la doctora no se qué, que si no se cuantos, nada suena convincente. Como si supiera poco en realidad de la enferma.
- ¿Doctor, se repondrá o quedará mal?¿ Será en etapas?
- En cuanto haga efecto la glucosa se pondrá bien – sentencia el doctor.
A mi me parece increíble que se puede reponer así de fácil.
- ¡¿Desde cuando no come?! – pregunta el doctor, como su hubiera descubierto una causa oculta.
- No lo sé.
- Traiga a su hermana, dígale al guardia que yo se lo pedí.
Que manera de desatenderla. Es como si no les importara mucho a estos familiares. ¿Vivirá con ellos?

- ¿Que hago aquí, dónde estoy? – pregunta súbitamente la señora.
- !En el hospital! – dice secamente el doctor.
- ¡Cómo, pero si  soy muy sana!– dice con voz casi infantil.
- ¿Por qué no desayunó ni comió hoy?
- ¡Ay! Ahí esta el detalle …

Vocación.



 - ¿Se siente mejor? – me pregunta la enfermera – . Ya pasó el analgésico por el suero y queda la mitad del antibiótico.

 - Bastante mejor, gracias. Me duele un poco la cabeza. Los ojos me punzan.

- Si, así es esto. ¿No le duele el cuello también?

- Pues si, bastante.

- ¿No le dolerán también los hombros?

- La verdad es que si.

- ¿Le gustaría un masaje?

- Estaría bien –titubeo -. Si, claro.

-  Lástima, el compañero que los hace no vino – sentencia- .