Desde el cubículo en el que estoy, en la sala de
urgencias, no puedo ver nada que no sea la cortinilla azul que me separa de los
demás pacientes. Hecha casi de papel más que de tela y que cuelga desde lo alto, sólo cubre hasta unos dos metros de alto, dejando descubiertos los tres y más
metros que hay hasta el techo. Supongo que será para que no veamos más miserias
que las propias, pues los sonidos de todos los demás pacientes se cuelan a su
antojo. Dentro del mío además del monitor que va marcando mis latidos con un
pitido suave pero incisivo se escucha un ronronear muy ligero del dosificador del suero. Superpuestos a mi
monitor oigo tantos otros pitidos latiendo a ritmos diferentes que no puedo
decir cuantos pacientes más están por ahí. Algunos de ellos se van alcanzando
unos a otros y crean una atmósfera siniestra de angustia. ¿Cuándo vendrá el
pitido continuado de un paro o la alarma de una arritmia asistólica? Escucho la
voz muy agitada de una mujer:
- Tiene diabetes, le dieron dos infartos
y se hace hemodiálisis cada cuatro días. Anoche se sentía mal, le dolía la cabeza. No habla desde
las nueve de la mañana. Ha estado moviendo los ojos y retorciéndose así, como
la ve ahora.
“Desde las nueve”, que barbaridad, si son ya las
tres de la tarde. Y que retahíla de padecimientos, que mal se oye esto.
- Señora, ¿me escucha?- pregunta el
médico de guardia casi con un grito.
- ¡Hugh!,
¡ah!, - la pobre solo gime, casi muge.
- ¡No habla
doctor, ya le digo, desde la mañana!
- ¡Tómeme la
mano y apriétemela, señora!
- ¡Mmmmmmm! ¡mmmmmmmmm!
¡puffff! – resuena la señora.
- ¡Ingrésenla
al cubículo dos! ¡Canalícenla! ¡Glucosa al seis por ciento!- grita el médico en
medio de un silencio roto por todas las máquinas emitiendo pitidos cardiacos,
inamovibles ante la grave situación.
- Doctor, ella
toma esta medicina, nitroglicerina, cada veinticuatro horas y ya le estaría
tocando ahora. Se la receto su doctora de Mexico. ¿Sería conveniente que se la
tomara?- dice una voz suave de hombre, que por su tono pienso será, quizá, su
yerno.
- Da igual
señor, esta inconsciente por la falta de glucosa. ¿cuándo fue la última
hemodiálisis?
- Ayer doctor.
También se inyecta insulina
- ¡Que barbaridad, eso la va a matar! Un
paciente con insuficiencia cardíaca y renal no puede usar insulina. Y la
nitroglicerina no sirve para nada. ¿Quién es la doctora esa que me dice?
Que duro que
hablen así frente a ella. Pero, claro, esta inconsciente. La voz del hombre
suena con cierta distancia emocional, como si no lamentara la situación
tan apremiante de la pobre señora, que me imagino muy mayor pero regordeta. El
hombre se deshace en justificaciones, que si la doctora no se qué, que si no se
cuantos, nada suena convincente. Como si supiera poco en realidad de la enferma.
- ¿Doctor, se
repondrá o quedará mal?¿ Será en etapas?
- En cuanto
haga efecto la glucosa se pondrá bien – sentencia el doctor.
A mi me parece
increíble que se puede reponer así de fácil.
- ¡¿Desde
cuando no come?! – pregunta el doctor, como su hubiera descubierto una causa
oculta.
- No lo sé.
- Traiga a su
hermana, dígale al guardia que yo se lo pedí.
Que manera de
desatenderla. Es como si no les importara mucho a estos familiares. ¿Vivirá con
ellos?
- ¿Que hago
aquí, dónde estoy? – pregunta súbitamente la señora.
- !En el
hospital! – dice secamente el doctor.
- ¡Cómo, pero
si soy muy sana!– dice con voz
casi infantil.
- ¿Por qué no
desayunó ni comió hoy?
- ¡Ay! Ahí
esta el detalle …
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