No vio de donde
salió. El impacto fue brutal pues
iba a mucho más de cien. El hombre pegó en el parabrisas, lo estrelló. Su
cuerpo voló unos diez metros hacia delante por el aire y volvió a atropellarlo
otra vez, pero ahora le pasó por encima. El auto se salió de la carretera y dio
un trompo. Después del estruendo el silencio fue abrumador, solo la nube de
polvo se movía por el viento. Del
paso de peatones elevado salieron tres personas corriendo, gritaban. Él tardó
casi un minuto en salir del Jaguar, pues las bolsas de aire y el golpe lo
dejaron conmocionado ¡Papá, papá! Lloraba uno de los que llegaron, un hombre de
unos cincuenta años ¡Asesino! grito otro, como de treinta. Él estaba como de
corcho, no podía decir nada. La cara desencajada revelaba el shock. ¡Era un
buen hombre! ¿porqué lo mató? La noche era muy obscura y lloviznaba. No había
tráfico. ¡Perdón, no lo vi. Es que se atravesó. ¡Criminal! dijo la chica
sacando una pistola escuadra. ¡Ahora mismo llamamos a la federal! ¡Por dios, no
fue mi culpa! ¡Claro que sí!, viene a exceso de velocidad. Aquí el limite es de
ochenta ¿Por qué cruzó por la autopista si hay un puente peatonal? Ya estaba
viejito y no podía subir escaleras, éste puente no tiene rampa de minusválidos.
Lo queríamos mucho. Los tres del paso a desnivel lloraban casi a gritos,
desconsolados. Ni crea que esto se puede arreglar, lo meteremos en la cárcel.
Voy a revisarlo, soy medico, iba para el hospital ¡Ni se le ocurra tocarlo! Los
tres se hicieron para atrás, muy sorprendidos y hablaron en voz baja entre
ellos. Mire señor, la verdad es que estaba viejito y siempre se nos escapaba,
no es tanto su culpa. Nos ha dado mucha lata siempre. Insisto en revisarlo, a
lo mejor vive. ¡No! De verdad nos da mucha pena, el estaba muy enfermo y se salía
a cada rato. Dénos dos mil pesos y nos vamos con el abuelito. ¡Desgraciados!
Este hombre lleva varios días muerto, hasta lo cosieron para mantenerlo unido…
miércoles, 4 de septiembre de 2013
martes, 3 de septiembre de 2013
Autobús.
Las despedidas
en la central camionera son patéticas. Ni que decir del olor de los pastes y
los tamales. Yo no quería venir, pero mi esposa Julieta insistió. A los
compadres, Rodrigo y Lisa, los queremos mucho, nos echaron la mano en tiempos
difíciles y ahora nos tocaba corresponder. Con tanta boruca en Sinaloa tuvieron
que venirse unos meses para acá, en lo que pasaba lo del secuestro. La
conversación eludía claramente el adiós. “Que día tan soleado” o “¿cuántas
horas son a Sinaloa?” se repetían con agobiante facilidad Me dí cuenta que Julieta esquivaba la
mirada de Rodrigo continuamente, como avergonzada. Ambas estaban realmente
entristecidas y Lisa empezó a llorar al acercarse el momento de la salida. Yo sentía
mucho su partida, pues en este tiempo mi relación con Rodrigo se había
profundizado grandemente. El dolor de la perdida de su hijo lo había
desmoronado por completo y encontró en mí
el apoyo de esa amistad antigua, que teníamos casi desde la
adolescencia. Lo abracé muy
fuertemente y se me salieron las lágrimas en silencio; el sí lloró en voz alta.
Lisa me dio apenas un abrazo superficial y evadió mi beso. Julieta no se acercó
a Rodrigo, pero este terminó por alcanzarla y darle un abrazo que correspondió.
Ellas, al acercarse para la
despedida final, casi instantáneamente se separaron y empezaron a llorar como
entre convulsiones de dolor. Ambas dejaron de mirarse y se dieron la espalda
mutuamente. Rodrigo tomó a Lisa por el brazo y se fue, mientras se despedía con la mano, por el pasillo al autobús. Abracé
a Julieta, que poco a poco se iba tranquilizando. Yo sabía lo mucho que sufriría
esa separación. De la infidelidad vino el amor. Se amaban... las dos.
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