miércoles, 14 de octubre de 2009

Primera de varias entregas de EUGENIA.

I.

En la Juárez. Es la casa de mis vecinos de alcurnia, los Arózpegui. Las paredes anchas, muebles antiguos caros, de esos que seguro están llenos de plata y porcelana, tres pisos, recovecos inútiles pero bonitos, una casa de buena familia. Es como su fuera un coctel/exposición. “Conozcan los secretos de nuestra casa” hubiera sido el nombre de evento. Los invitados tomamos algún ambigú, baratón, de esos que recuerdan el sabor del caviar pero con textura de queso crema. El bullicio de la plática de gente que se conoce de antes. Al pasar por cada cuarto, como el recorrido que haces en el museo de cera, puedes ver cómo los ambientes van cambiando.

La sala, con una gran chimenea, maderas, artefactos metálicos útiles en otros tiempos, tapetes persas, y una cabeza de alce disecado. Hoy, eso del alce, es una nacada de primera, antiecológica, pero antes era muestra fehaciente de tu condición económica y bravura masculina. El cuadro de Benito Juárez atrás del esritorio no viene al caso en una familia bien. Que ilusión! Yo vivo en un departamento, así que esto de ver como podría vivir en una mansión es excitante. Cuanto espacio!.

La cocina, como para servir a un regimiento. Lo cual es lógico, ¿cuanta gente seria necesario para mantener en orden este sitio?. Y claro, todos tendrían que comer. A juzgar por los cuartos de los hijos, cuatro o cinco, seria necesario bastante apoyo del servicio. Montones de ropa en los closets, que tenían el tamaño de la mitad de mi departamento. Accesorios en cantidades monstruosas. Cajas con, por lo menos, una docena de relojes de marcas impronunciables; eso sí, todos de oro.

En el cuarto de la hija el aire cambia a mí alrededor. Es evidente que es un sueño, ya sabes, muy real, con colores y sensaciones, pero con ese dejo de irrealidad en el fluir de las cosas, como escenas pegadas por un mal editor. En la puerta abierta del ropero hay un vestido rojo de mujer que sobresale bestialmente del resto de las cosas. Me acerco, lo toco. Es un vestido largo, me atrapa la textura del tejido, casi veo la trama microscópica de hilos rojo sangre, pero envejecido, una antigüedad más de las de la casa. ¿Seda?, algo así, caro y calido. Vértigo. Todo gira. Estoy cayendo dentro del vestido. Súbitamente me implosiono al punto de marearme y caer de rodillas. Toda la energía se va a través de mis dedos al contacto con el vestido. Silencio. Me recupero. Estoy solo. Todos han desaparecido. Las puntas de mis dedos están quemadas, enrojecidas. Me acuerdo de cuando me queme por primera vez con un cerillo de niño. Las yemas endurecidas, insensibles pero adoloridas. La confusión es tremenda. Aun tengo el vestido en mis manos. Estoy en el mismo sito pero es diferente. Huele a nuevo. Es hoy. Bueno es ayer. Es 1861. No se porque estoy tan seguro, que ridículo, no se el día ni el mes, pero es 1861. Será un mal parche del editor?. No, no necesito confirmar que estoy aquí y que es 1861. La certeza es absoluta.

Estoy solo, el vestido es de alguien que ahora esta viva. La confianza que sentía de vagar por la casa en el cóctel ha desaparecido. Ahora, soy intruso en un lugar al que no he sido invitado. Me siento atrapado. ¿Como salir de aquí?.¿ Para salir a donde?.¿El futuro estará fuera?. Oigo voces. Me asomo a la cocina. Hay varios hombres comiendo apretujados alrededor de una mesa de apoyo. Unas mujeres están preparando más comida mientras les sirven a ellos. Son sirvientes, ya me lo había imaginado yo en el futuro. Hablan entre ellos como de cosas importantes, pero no puedo entender, no alcanzo a oir. Otro error del editor.

Cruzo la entrada de la cocina sin ser visto y encuentro la puerta entreabierta de un baño, huele a humedad y perfume, alguien acaba de terminar de bañarse. Veo la tina, tiene espuma aun. En un espejo con vapor condensado veo reflejada una espalda negra desnuda, gigantesca, un hombre de pelo lacio largo. Miro al interior y esta abrazando a…… ¡ella!. Es la dueña del vestido. No se por que lo sé, pero es ella. Rubia, blanca, frágil, preciosa. Que belleza!. Ella, claro. El negro es espantoso. Musculoso, que piernotas. Que feo tatuaje en el hombro. ¿Que hago? Sigo viéndolos. Retrocedo sigilosamente para no ser notado, pero, ¿como irse?. Ello a abraza con una fuerza tremenda, parece que lo quiere romper. El, en cambio, casi no la toca, la roza. Las nalgas del negro…. ¡suficiente!, no quiero ser atrapado aquí. Venir del futuro ya esta bastante difícil de explicar, ¿como justificar tu presencia en semejante escena?. Regreso al cuarto. No va a regresar pronto.

Se me ocurre que el regreso estará en el vestido, otra vez. Paso por la cocina otra vez, los puede ver mejor. Parecen un grupo de jardineros haciendo el almuerzo.
Entro al cuarto de ella, cierro la puerta tras de mi. Quedo petrificado. Alguien sale del vestidor, no puedo salir o esconderme ya. He sido atrapado. Es ella, pero mañana. Bueno, no mañana, esta mucho mayor, arrugada, como unos cincuenta años bien corridos. ¡Maldito editor!. Sigue siendo preciosa. Colorete rojo en las mejillas. El pelo descolorido, corto, mal peinado. Un corpiño de encaje. Huele a alcafor y una locion barata. Se acerca, me toma la cara. Sus ojos azules claros me ahogan. No puedo decir nada. Pone el vestido en mi mano. “Búscame!, me llamo Eugenia Carrington!. Eugenia! ¡ Como la hija de los Pentoche!.¡No te vallas a olvidar cuando despiertes: Eugenia!”.

Estoy sudando. Y aunque me estoy ahogando en mis lágrimas, y el corazon se sale de su sitio, estoy tranquilo. Es hoy, bueno hoy, ahora. Es como si me mente fuera regresando a un cuerpo ajeno, que esta llorando por algo que no tiene que ver conmigo. Conforme tomo posesión, éste deja de llorar.
¡No mames!. Eugenia Carrington? . Sí, es cierto que los Pentoche tienen una hija que se llama Eugenia. Carrington , ¿como la pintora? Que recuerdo tan claro. Sus ojos y esa voz: ¡Eugenia!.

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