Cada vez que
sueño con dientes sé que no acabará bien. Tan necesarios para comer, para
hablar y para lucir sano y joven. Cuando se empiezan a reblandecer me entra el pánico. Al tocar la pieza que se mueve, siento como empieza a desprenderse, sin dolor, con un pequeño crujido.
Termina por ceder al tacto y cae. Trato de ponerlo en la cavidad que queda,
pero es irremediable, no cabe bien otra vez. He llegado a soñar que me quedo
sin ninguno de ellos y los pongo
de regreso en la mandíbula teniendo que fingir, no puedo sonreirá o hablar ya.
La sola idea de ir al dentista me trastorna, saber que tendré que ir a interminables
sesiones para pagar y pagar, a
citas de inicio incierto y no quedar satisfecho al final. “Vuelva mañana que ya
este el puente” o “regrese el lunes que le tengamos la incrustación”. En mi
deseo de ponerlos en su lugar de regreso me hago daño en las encías, que empiezan
a sangrar y oler a descompuesto. Me miro en el espejo del lavamanos y compruebo
como se han desprendio uno a uno y los pongo en el vaso con agua para que no se me
pierdan. Amarillentos, con raíces enormes parecen dados. Al ponerlos de regreso siento la boca inchada y torpe. Despierto, y desconcertado compruebo que están ahí, en perfecto orden, todos ellos. Entonces
siento mi mal aliento, no me lavé la boca antes de acostarme.
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