miércoles, 4 de abril de 2012

¡Ave, Caesar, morituri te salutant!



El ruido de mi escudo al caer me distrajo. La amazona captó ese momento de duda, de miedo. Fue una milésima, pero me estaba mirando a los ojos y supe que era el fin. Como un rayo su tridente entró al tórax entre dos costillas. Una de las puntas penetró en el corazón. No sentí dolor, pero al toser me ahogué en mi sangre. Acercó su boca a mi oído y, mientras que con un golpe de muñeca giraba el arma para partírmelo en dos, me dijo: omnis amans militat. Hoy vivo aquí, en la Necrópolis, sin corazón, esperando al barquero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario